martes, 27 de marzo de 2012

Capítulo 1. REDHOUSE.


Capitulo 1.

Oxford. 12 de Noviembre de 1804.

La señorita Rose Redclive estaba aterrada, era el día de su boda. Lucía un elegante vestido de seda, y envuelta en encaje de Bruselas, se miro por última vez en el espejo. Una angustia terrible se reflejó en su rostro al enfrentar su propia mirada. Los golpes en la puerta le avisaron que debía darse prisa, intentó ordenar a sus piernas que se movieran, pero su orden no llegaba con la debida autoridad, y permaneció inmóvil frente al espejo.

No se movió hasta que su padre abrió la puerta y la miró preocupado.

. Me gustaría que tu madre pudiera haber vivido para ver este día.- la dijo acercándose y cogiendo su mano entre las suyas.- Estás preciosa.

. Estoy asustada.- confesó.                                                      

. Todo irá bien. Lord Cortwind es un caballero que me agrada, y sé que será un buen esposo para ti.

. Aún no comprendo porque no ha buscado esposa en Londres. – dijo con un deje de tristeza, quizás de resignación.- ¿Qué necesidad tiene un hombre tan apuesto como él a concertar un matrimonio sin conocer a la novia?

. Vaya.- dijo bromeando su padre.- te parece apuesto, eso es una buena cosa.

. ¿Por qué?- insistió ella.

. Nuestra familia tiene un linaje impecable, es amigo de tu hermano y su padre es nuestro vecino más cercano y un buen amigo. Cuando nos comunico el tipo de esposa que buscaba, tanto Virgil como yo, pensamos en ti. De alguna manera podrás conservar tu independencia, vivirás a pocos kilómetros de esta casa, y tu futuro económico y social estará asegurado.

. Lo sé.- suspiró la joven, que había mantenido esa misma conversación demasiadas veces en los últimos seis meses, cuando su padre le comunico que el vizconde de Cortwind buscaba una esposa para tener un heredero.

No había sido difícil convencerla, aunque su trato con el vizconde de Cortwind había sido muy superficial durante toda la vida, él prácticamente nunca estaba en Corthouse, la casa que el conde tenía en Oxford, ella siempre había sentido una especie de anhelo cuando habían coincidido.

Finalmente cogió el brazo de su padre y se dirigió al carruaje que esperaba en la puerta. La gente de los alrededores, vendedores y curiosos que se arremolinaban  fuera de la iglesia cuando llegó el carruaje de la novia, se abrieron dejando un camino para que el coche pudiera parar frente a la Iglesia. Su hermano Virgil, le ayudó a bajar con una sonrisa de satisfacción.

. Estás muy guapa.- le susurró.

Caminando junto a su padre se acercaron al novio que esperaba al pie del púlpito. Le pareció el hombre más apuesto que conocía. Vestía de negro, y resaltaba el blanco de su camisa en el cuello y los puños. La chaqueta ajustaba perfectamente en su cuerpo, dibujando un triángulo desde las hombros hasta la cintura. Su rostro tenía rasgos que le hacían hermoso, pero eran sus gestos los que transformaban esa belleza en algo mágico.

A rose se le erizó la piel cuando le sonrió mientras caminaba hacia él. Respiró profundamente, y con una seguridad que no sentía, se coloco junto al novio.

Durante la ceremonia siguió preguntándose por qué un hombre como él había convenido en tener una mujer que era prácticamente una desconocida, cuando era evidente que por su apostura, su riqueza y su título hubiera podido tener a una dama de su elección. No quería pensar que él la había elegido, pues eso la llevaría seguramente a fantasear y Rose Redclive era una mujer demasiado racional para eso.

Cuando el novio formuló los votos, ante todos, mirándola a los ojos, no pudo evitar que su mente racional se quedara muda mientras miles de hormigas corrían arriba y abajo por su estomago.

Desconfiaba de su buena suerte, y no podía evitar buscar el gato escondido. No quiso pensar en eso  mientras el tomaba su mano y le ponía el anillo.

Lord Edmund Cortwind vio acercarse a la novia, su futura esposa. Le pareció bastante bonita y  también,  se preguntó por qué habría aceptado aquel matrimonio de conveniencia. Pensó que no le costaría demasiado cumplir con sus deberes conyugales, le sonrió cuando su padre le entregó la mano de la novia, aquel contacto le electrificó el brazo.

El tenía sus razones para casarse, pero no podía dejar que una mujer, que era poco más que una desconocida pudiera afectarle tanto. Ese matrimonio para él sólo tenía un objetivo, darle los herederos que necesitaba el título.

Cuando el vicario los declaró marido y mujer, él posó levemente sus labios en los de ella. Apenas un toque breve, mullido. Algo pasó entre ellos y sus ojos se encontraron. Ella le miró con sorpresa, casi con ilusión, él pudo disimular el horror que le causaba que aquel contacto le hubiera encendido la sangre de un modo desconocido para él.

 Los novios y el resto de los ilustres  invitados partieron hacia Corthouse, la mansión del conde de Carrick, y padre del novio. Los novios precedían al resto de los invitados en un carruaje cerrado.

 Lady Rose Cortwind  sentía un hormigueo en los labios, un ansia desconocido para ella. Su esposo era alto, apuesto, fuerte y por primera vez se dejó arrastrar por un sentimiento de calidez hacia él, había pensado en mantener las distancias hasta que descubriera donde estaba el dichoso gato, pero aquel beso, apenas un roce, la tenía en una nube.

Cada uno de los novios  saludaba  con la mano a los curiosos que se habían apostado a lo largo del camino para ver a tanta gente importante, duques, marqueses, condes, vizcondes, barones. A pesar de la época del año en que se encontraban, nadie quiso perderse la boda del futuro conde de Carrick.

Antes de alcanzar su destino, al que tardaron en llegar cinco minutos, él se volvió hacia ella. No sonreía y en sus ojos se adivinaba una dureza que a Rose no le pasó desapercibida.

. Espero que no te importe que me muestre cariñoso en público, debemos representar nuestro papel.

Sus palabras la hicieron recordar el gato. Se atrevió a preguntar.

. ¿Por qué me elegiste para ser tu esposa?- se arrepintió en cuanto las palabras salieron de su boca.

. No te elegí.  Aunque este no es el momento para hablar de eso.

El maldito gato maullaba como un loco, pero Rose fue incapaz de verle.

La celebración la arrastró a brazos de conocidos y desconocidos que la felicitaban, mientras el novio, su marido, tenía una frase preparada para cada felicitación, ella asentía con la cabeza. Si él notó que ella estaba tensa y aterrada, no lo demostró, la guiaba por la fiesta de un grupo a otro hasta que consiguieron llegar a la mesa.

Edmund estaba incómodo, la situación era distinta a como la había imaginado, pensó que no sentiría nada al ver a la hermana soltera de su amigo Virgil, y que esta tendría la consideración de no ser tan atractiva. Parecía tan vulnerable que sintió deseos de abrazarla y reconfortarla, pero él no podía hacer algo así, no podía alentar a la joven a tomarle cariño. No, cuando él no podía corresponderla, él deseaba sentir indiferencia y así continuar con su vida sin pararse a pensar en su esposa, excepto para la procreación.

Su piel y su cuerpo se encendieron con la idea. Tendría que poner distancia entre ellos, se dijo, aunque para traer al heredero al mundo debía recorrer esa distancia a la inversa. Trató de pensar en la mujer que le esperaba en Londres.

Durante el resto de la celebración el novio la ignoró, pese a que los gestos que la dedicaba y que estaban destinados a engañar al resto de los asistentes. Ella sentía su indiferencia como un mal presagio. No la miraba cuando le ofrecía la copa de champán para brindar frente a todos, y cuando su mano la cogió de la cintura para abrir el baile con un vals, era tan fría  y distante como él. Sin embargo, y a pesar de ellos mismos, un cosquilleo les recorría el brazo desde la mano entrelazada, y Edmund luchaba contra el deseo de acercar el cuerpo de su esposa al suyo en cada giro.

Rose siguió pensando en las razones que habían llevado al vizconde a elegirla a ella, y de repente, pareció sorprenderse al darse cuenta de que ni su padre ni su hermano le habían preguntado por qué ella había aceptado al vizconde. Quizás la conocían tanto como para intuirlo, porque nadie sabía lo que realmente ocurrió cuando se presento en su primera temporada, dos años atrás. Respetaron su decisión de no volver a Londres a buscar marido, y finalmente el marido la encontró a ella.

El día fue largo y agotador, y cuando por fin partieron en dirección a Cornualles, a la casa de campo que el conde de Carrick  tenía allí y donde pasarían la luna de miel, se dejo caer en los asientos acolchados del carruaje. Se había cambiado para el viaje, y se abrigaba con una manta de piel y unos ladrillos calientes que se había preparado en un brasero a sus pies. Su marido frente a ella, evitaba mirarla.

. Me gustaría que pudiéramos ser amigos.- dijo Rose incómoda por la forma en que su marido evitaba su mirada y su contacto.

. Es mejor que no.- dijo Edmund. La dureza había vuelto a sus ojos y su semblante.- Pienso hacer mi vida como me plazca, y temo que si te tomo cariño quizás acabe sintiéndome mal por ello. Este matrimonio sólo tiene un propósito, cuando se cumpla cada uno podrá hacer la vida que desee.

Después de aquellas palabras, se hizo un silencio que les envolvió en un manto de incomodidad que no sabían manejar. Rose fingió dormir mientras el vizconde miraba por la ventana el paisaje envuelto en las sombras de la noche.

Se sintió mal. Quizás no debería haber cedido a las presiones de su padre y de su abuelo para casarse, tenía treinta años. Aunque esperar sólo hubiera conseguido que aquella situación en la que estaba se hubiera demorado, pero no evitado.

La primera parada fue en Londres, en la casa del vizconde nadie parecía esperarles a excepción de la doncella de Rose, que la ayudó a desvestirse. Después de asearse se puso un camisón bordado con rosas blancas, y se envolvió en la bata que tenía a juego,  se sentó frente al fuego, esperando.

Y esperó, nerviosa, aterrada. Diez campanadas, once. Cada minuto de aquellas dos horas sintiendo que el corazón podría salir de su cuerpo y caminar junto a ella.

Y siguió esperando,  hasta que le llegó el sonido de la puerta principal, se asomó por la ventana y vio a su marido marcharse a lomos de un caballo. Su mirada le siguió hasta que se perdió en las sombras de la noche.

 No supo decir si lo que sintió era alivio o decepción, o ambas cosas, pero se sintió terriblemente sola. Abandonada y herida. Sin ánimo para dormir sacó del doble fondo de su baúl unos libros envueltos en seda negra, se acomodó en un escritorio y empezó a pasar signos de un cuaderno a otro. O mejor dicho, pasaba palabras a signos y signos a palabras.

Edmund cabalgó hasta una mansión en la plaza de Saint James, desmontó en el parque que había frente a la misma, diez minutos después una criada salió de la casa y le entregó una nota.

“Mi marido está en la casa, espero que tu luna de miel no dure demasiado, no puedo vivir sin ti. Te amo. Elizabeth”

Edmund quedó desconcertado. El marido de Elizabeth había estado en la boda, el conde de Ocam, y le había presentado sus disculpas por la ausencia de su mujer, ambos sabían que no iría, era demasiado duro para ella ver como se casaba, aún cuando él le había prometido que su corazón seguiría siendo suyo.

No quiso volver a casa y sentirse demasiado tentado a compartir la cama a la que tenía derecho desde aquella mañana, y se encaminó a su club. Trataba de imaginar como el conde de Ocam, que estaba bastante borracho cuando él y Rose abandonaron el banquete, podía haber llegado a Londres tan rápido. Por supuesto que no había podido llegar, se dijo, pero si Elizabeth estaba todavía enfadada por haberse casado pese a su oposición, le daría tiempo para que se acostumbrara a la idea. Algunos caballeros se acercaron a felicitarle por su boda. No se percató de la sonrisa maliciosa de alguno de ellos al felicitarle, o si lo hizo no le importo. Estuvo bebiendo y jugando con alguno de ellos hasta la madrugada.

Durante las cinco noches que duró el viaje hasta su destino, ni siquiera compartieron el carruaje, ya que él cabalgaba varios metros por delante. Ni tampoco compartieron la cena en el salón privado y, por supuesto, no la visitó por las noches para consumar el matrimonio, pese a todo, Rose le esperaba y cuando no llegaba sacaba sus pequeños libros y trabajaba en ellos hasta que el sueño la alcanzaba.

La última jornada del viaje transcurrió entre paisajes abrumadores, grandes riscos se levantaban a un lado del camino, y se podía oír al mar y al viento empujando con furia las moles de roca. Pasaron cerca de Fowey, un pueblo de casas de piedra, y siguieron el camino a través de un bosque hasta un páramo donde se encontraba su destino. La mansión era impresionante, alta,  majestuosa y con un patio enlosado que se extendía hacia unos jardines que presentaban un aspecto bastante descuidado, o quizás fuera que en diciembre sólo crece el frio.

Desde el mismo momento en que ambos descendieron del carruaje, su marido cambio de actitud, amorosamente la tomó de la mano para ayudarla a bajar, y algo paso entre ambos, una sensación compartida que hizo que sus miradas se encontrasen, pero fue sólo un segundo, inmediatamente él retiró la vista, y galantemente la acompañó hasta la entrada.

Al contrario que en Londres, los criados esperaban perfectamente alineados en dos filas frente a la casa, la presentó a todos, lo hizo rápido para evitar permanecer mucho tiempo en el exterior, pese a todo, ella no tuvo problemas en recordar los nombres de cada uno de los sirvientes y su ocupación.

. Cenaremos a las seis.- le dijo pareció dudar si volver a tocarla, y finalmente no lo hizo.

Subió con la doncella a la habitación precedida por la Sra. Stron, el ama de llaves llegaron a una habitación enorme, una cama con dosel y cortinas de terciopelo ocupaba una de las paredes, bajo la ventana un escritorio, una chimenea calentaba la habitación, frente a esta dos pequeñas butacas y una mesa redonda.

La habitación según pudo comprobar Rose, en cuanto el ama de llaves se marchó, comunicaba con dos cuartos, uno de ellos era su vestidor, que contenía una bañera y una palancana encajada en un mueble de mármol. El resto de las paredes estaban cubiertas con armarios enormes dispuestos para guardar sus trajes, comprobó que necesitaría el doble de ropa para llenarlo, y eso, a pesar de que con motivo de su boda su padre le había mandado hacer todo un vestuario completo para la primavera. Claro que aquella ropa la esperaría en su nueva casa, en Corthouse, cuando finalizara aquella luna de miel.

Jenny, su doncella hablaba poco, pero sus gestos informaban a quien le interesara de lo que pensaba. Con el ceño fruncido y murmurando entre dientes, empezó a colocar la ropa en los armarios.

. Un caballero…..- mascullaba.- un rufián… sin cerebro…. Se le caerán los dientes…… y los pelos del cuerpo……

. Jenny.- la regaño divertida Rose. - ¿Puedes dejar de refunfuñar?

. Una de las dos tiene que hacerlo, y usted es demasiado dulce y educada, así que me corresponde maldecir a ese hombre.

. Ese hombre es mi marido.

. Pues alguien debería decírselo a él.

. Me voy a dar un paseo, ¿te apetece acompañarme?

La doncella hizo un gesto hacia la ropa y a los dos baúles de equipaje pero quedó esperando.

. Está bien, termina aquí.

Jenny era la hija de uno de los arrendatarios de la finca de su padre, de pequeñas habían sido grandes amigas y lo seguían siendo, pese a sus respectivas posiciones. Cuando ambas llegaron a la adolescencia donde sus vidas estaban destinadas a separarse, Jenny le pidió el puesto, a Rose no le costó convencer a su padre de contratar a Jenny, sobre todo porque de no hacerlo, esta hubiera tenido que casarse con el hijo mayor de otro de los apareceros, un hombre especialmente desagradable, pero que al padre de Jenny le pareció un buen partido para su hija.

Ninguna de las dos sabía exactamente que debía hacer una doncella, pues Rose no había tenido ninguna antes, y aunque Jenny no sabía nada de planchar, sabía mucho de coser, lavar, y del resto de las tareas que realizaba en la granja. La señora Sullivan, la cocinera de su padre, enseñó a la joven todo lo demás que necesitaba saber.

Rose salió de la habitación dejando a Jenny refunfuñando, no pudo evitar sonreír, y se dispuso a dar un paseo. Estaba a punto de salir cuando se acerco el mayordomo, tras una reverencia le entregó una carta.

. Llegó ayer por la tarde.

. Muchas gracias, Sr. Paul. ¿Hay algún sendero que salga de la propiedad hasta los acantilados?

. Debe evitar la zona de los acantilados, milady. En esta época el viento podría arrastrarla hacia el mar.

.  Seguiré su consejo.

El vizconde después de cambiarse se había reunido con uno de sus empleados, el hombre le saludó sonriendo.

. Permítame felicitarle, milord.- El vizconde asintió aburrido 

. ¿Alguna novedad?- preguntó.

. Han llegado varios mensajes, pero hay uno que no consigo descifrar, milord.

. Lo sé, por eso he traído un nuevo código. Cuando llegue un mensaje con este código, significa que es un asunto urgente. - Le entregó dos pequeños libros. 

. He descifrado el resto de los mensajes.- contestó el hombre.- ¿Quiere verlos ahora?

. Sí. También dame el nuevo, trataré de descodificarlo para ir practicando.

El vizconde de Cortwind no tenía previsto hacer un viaje de novios, pero pertenecía junto con su padre, que era quien la dirigía, a una red que dependía directamente del ministro de la guerra, una red que colaboraba con el Lord del alto almirantazgo. Eran dos organizaciones dedicadas a labores de información, o desinformación según el caso. Una civil y otra militar.

La labor del vizconde era simplemente recoger y entregar la información que le hacían llegar los hombres que dependían de él. Hombres en los que confiaba y a los que confiaría su vida. Uno de esos hombres era su primo, Lord Peter Horton, quien era mayor del quinto regimiento de húsares, y que había sido reclutado, igualmente, por Lord Sterling, el lord del alto almirantazgo, para labores similares a las que realizaba para su primo. Aquello les permitía obtener una información bastante completa de lo que estaba pasando en el continente.

Su padre, el conde de Carrick y Lord Sterling se hurtaban información, no en lo verdaderamente importante, pero a los dos hombres les gustaba pensar que tenían la mejor red. Una competición leal, pero no por ello menos competición.

Peter, fue la razón de planear el viaje de novios a Fowey, Edmund había quedado en reunirse con Peter allí, para entregarle el código de claves llamado Fit. Un  nuevo libro de códigos ideado por el codificador conocido como Redhouse.

Fowey era el lugar era ideal, para una reunión que pretendía mantenerse en secreto para la red que dependía del Lord del almirantazgo. Un lugar de la costa, lo suficientemente lejos de las intrigas de Lord Sterling.

Se acomodó en el escritorio del estudio y empezó a descodificar el mensaje. Era de su primo, supuso que Sterling le habría hecho llegar el código, el mensaje era bastante escueto. “Llegare el 28, peligro en la red, no confíes en nada que no venga en este código”

Rompió el mensaje codificado y su traducción. Y se dispuso a leer el resto de las informaciones. De los diez mensajes cuatro contradecían las informaciones de los otros seis. Entendió la advertencia de Peter y le resultó evidente que alguien de la red se había pasado al enemigo.

Rose empezó a caminar por el sendero que llevaba al pueblo, el viento estuvo a punto de despegarla del suelo en un par de ocasiones. Cuando el pueblo quedó a la vista, retrocedió y tomo un pequeño sendero que parecía llevar cerca de los acantilados, no pensaba acercarse demasiado, pero de todos modos, siguió caminando hacia ellos.

Antes de llegar a la cima donde terminaba el sendero, se encontró con un lugar inesperado, un camino de piedras y matojos conducían a un valle diminuto protegido del viento. Cuando terminó de bajar se dio cuenta que allí nadie podría verla desde el camino, así que tendría que tener cuidado para no caerse o nadie la encontraría aunque la buscasen, suponiendo que alguien la echará de menos.

Cuando termino de bajar por la empinada cuesta, le pareció que hasta el aire era cálido en aquel lugar.  No es que no hiciera frio, pero el viento era inexistente, buscó un lugar donde sentarse a leer la carta. Descubrió una especie de túnel formado por ramas entretejidas y decidió que aquel era el lugar perfecto. Abrió la carta de su padre. Estaba codificada.

 Casi sonrió, su padre y ella mucho antes de que Redhouse existiera se comunicaban con códigos inventados, cada día un poco más complejos, hasta que el honorable Sr. Redclive se rindió. La complejidad de las operaciones mentales que ideaba Rose en sus códigos, necesitaban para descifrarlos, un diccionario de claves. Ella, sin embargo, reconocía el código empleado, y lo descifraba en minutos haciendo malabarismos con su mente, una mente prodigiosa, que nadie, excepto su padre y su hermano, sabían que existía.

“Se ha detectado un intruso en la red. Sólo código fit. Espero que termines pronto el nuevo código, el negrero está impaciente. Deseo que estés disfrutando de tu luna de miel.  Recuerda que debes ser discreta. Te quiere, tu padre.”

Cuando terminó de leer el mensaje lo rompió en miles de pedacitos, y después casi sonrió. Si se mostraba más discreta, podría ser invisible. Durante poco más de media hora fantaseó con la idea de ser invisible, las posibilidades le devolvieron el buen humor.

Lo primero que haría en aquel estado transparente sería averiguar las razones de su marido para el matrimonio, y para eso tendría que estar pegada a él. La idea le gustó demasiado. Intentó poner distancia entre sus deseos, que estaban enfocados en su marido de una manera bastante irracional, y los hechos.

El se había casado para tener un heredero, pero ella no debía gustarle lo suficiente para mantener la intimidad que se necesitaba, una intimidad que por otra parte la aterraba, y mientras deseaba de una vez por todas pasar por eso, por otra parte, casi agradecía que su marido ni la mirase ni la tocase.  Cuando la idea de la intimidad le provocó una explosión de ansiedad en el estómago hasta revolvérselo, decidió pensar en otra cosa.

No conocía mucho la propiedad de su suegro, pero sabía que la atravesaba un rio cerca de las tierras de su padre, solía jugar allí con Jenny, hasta que esta dejó de ir para ayudar a su padre en la granja.

Mentalmente empezó a diseñar un sistema de riego,  pequeñas regaderas y canales que llevarían el agua hasta el límite de la propiedad de su padre, y allí, se construiría un paraíso para compartir con su familia. Pensando en las plantas y en los árboles que sembraría y en la forma que tendría el lugar, empezó a sentirse bastante más animada.

El vizconde la vio entrar en el comedor, y le pareció descubrir algo diferente en ella, acostumbrados al silencio entre ambos, supo que no podría mantener una conversación casual con ella, así que mientras ella parecía estar contenta en su propio silencio. El no dejaba de preguntarse en que estaría pensando. Se sintió terriblemente atraído por  la luz que parecía envolverla,  parecía otra mujer,  supuso que no tendría problemas en consumar aquella noche el  matrimonio, aunque su corazón estuviera en Londres.

Se sentía ridículo, no podía evitar sentir que el deseo que le despertaba su esposa,  le hacía sentir como un hombre ruin y desleal para su único amor. Un amor al que había sido fiel en los últimos diez años.

Recordaba bien como se había sentido cuando la mujer que amaba se casó con otro, el suplicio que supuso imaginarla en brazos de su marido, un hombre que podía haber sido su padre, y que tomó de ella toda su inocencia. Cuando dos años después de la boda se hicieron amantes, la certeza de saber que ella sólo disfrutaba el placer entre sus brazos, le sirvió para consolarse del dolor de que ella pertenecía a otro hombre.

Después de tanto tiempo, dejo de importarle si el conde visitaba o no a su esposa, porque él la tenía cuando quería, y ambos compartían algo muy especial. Un sentimiento que había sobrevivido a pesar de la falta de pasión, las relaciones entre ellos eran perfectas, se dijo, su cuerpo la buscaba cuando tenía necesidad de una mujer, y esa fidelidad por su parte se veía recompensada con el cariño, y la comprensión por parte de Elizabeth, una mujer que irradiaba dulzura. Decidió que a su vuelta le entregaría algo realmente importante, su seguridad. Se casaría con ella en espíritu, ella entendería que era la mujer más importante en su vida y en su futuro, cuando le confesará todos sus secretos, incluyendo su participación en la red de su padre.

Durante la cena examinó a su esposa como un experto examinaría una antigüedad que pretendiera comprar. Era toda una dama, no tenía duda, su comportamiento desde que la conocía había sido el correcto, a pesar de que él no se lo había puesto demasiado fácil al tratar de mantenerla a distancia. Intuía que su cuerpo sería delicioso, su rostro aquella noche tenía una luz que le tenía pendiente, sin querer, de cada uno de los gestos que hacía. 

Ella se marchó a su habitación después de la cena. Él permaneció en el salón fumándose un puro y degustando una copa de brandy. Había decidido consumar su matrimonio aquella noche y se sentía como un joven a punto de estrenarse.

Cuando su marido entró en su habitación vestido solo con una bata, sus ojos se abrieron horrorizados y curiosos, se sintió como una gacela en el punto de mira de un cazador.

. ¿Estás nerviosa?- le preguntó. 

. Un poco.- confesó.

. Trataré de no hacerte daño, ¿Te han explicado lo que pasa entre un hombre y una mujer?

. No.- suspiró.- No debe ser algo demasiado difícil o la humanidad se habría extinguido hace siglos.

El sonrió divertido. Apretó la mano en un puño para evitar que ella pudiera darse cuenta de que estaba temblando. Se acercó a ella.

La calidez de su cuerpo y su aroma le resultaron excitantes, pero fue su sonrisa, una sonrisa producto de los nervios, lo que hizo que deseara besarla y comprobar que aquellos labios eran tan acogedores como le parecieron en aquel único beso que habían compartido.

Se acercó despacio hasta que sus labios se rozaron, ella cerró los ojos fuertemente, esperando, él estuvo a punto de reirse. Mientras la besaba, degustando el sabor de su boca, se sorprendió de lo mucho que le gustaba. 

Puso sus manos a los costados de su cintura y la atrajo hasta tenerla pegada a su cuerpo, ella estaba temblando, deslizó sus manos por su espalda, tratando más de tranquilizarla  que de excitarla, y la recorrió con su boca, arrastrando sus labios a lo largo de sus mejillas y su cuello, subió sus labios hasta atraparlos con sus dientes, después mordisqueó el lóbulo de su oreja. La sintió estremecerse en sus brazos. La vanidad masculina le llevó a sonreír sobre su piel.

 Su deseo se inflamó y con un solo movimiento le sacó el camisón por la cabeza. Ella no tuvo tiempo de cubrirse, pues estaba de nuevo entre sus brazos, esta vez las manos de su marido vagaban libremente por la piel, como si quisiera aprenderla al tacto, haciéndola sentir como si fuera otra persona, su boca recorría su cuello mientras mantenía con su abrazo sus caderas juntas, meciéndose contra ella, volvió a su boca y la traspasó con su lengua. Reconoció el sabor de la pasión.

Los sentidos de la novia, estaban exaltados y volaban pesados y libres por encima de su pensamiento, ni se dio cuenta de cuando la recostó en la cama y se quitó la bata, de repente el tiempo tenía una dimensión diferente.

 Su mente racional quería entender lo que estaba pasando, pero estaba perdida. Quiso concentrarse,  pero la mano de su marido, acariciaba en pequeños toques sus muslos, una suave presión para que abriera las piernas, antes de que su mano alcanzara “aquel lugar”,  ella de manera inconsciente  apretó las piernas encerrándole la mano entre ellas, dejo de preocuparse por la mano,  cuando  su marido empezó a lamer y succionar uno de sus pezones.

Levantó apenas la cabeza para ver la imagen que estaban representando. Algo muy caliente le corrió el vientre. El glorioso cuerpo de su marido tendido parcialmente sobre ella, concentrado en su pecho, mientras su mano finalmente vagaba libremente por su entrepierna, una descarga nerviosa la obligó a dejarse caer sobre la cama, después todo fueron emociones, sensaciones, y estremecimientos que recorrían su cuerpo por dentro y por fuera como una manada de gatos caminando por su piel con zapatos de plumas.

El supo en el momento en que ella se entregó, oía su corazón y su respiración jadeante, y la sintió estremecerse entre sus dedos mientras el pellizcaba con toques traviesos el centro de su placer, después la penetró con un dedo, y se movió dentro de ella, borró cualquier vergüenza comiéndole la boca, saboreando cada labio, su lengua, sus dientes, ella se mecía contra su mano, y añadió otro dedo más a su interior.

 Los movía en círculos acariciando las paredes de aquel lugar secreto, húmedo y oscuro. Su boca la mantuvo distraída mientras se elevaba sobre ella, y deslizando los dedos hacia  los muslos los separó lo suficiente para poder entrar en ella.

La impresión fue brutal. Como caer de manera inesperada de una nube. De repente aquel lugar donde las sensaciones se habían transformado en una ansiedad creciente, se llenó de dolor. 

Se sintió empalada en el peor de los sentidos. Ambos sintieron como se rompía su doncellez, pero mientras para él aquel estrecho pasaje era la más dulce tortura, para ella era una tortura, a secas.

. ¿Estás bien?- la susurro junto al oído. Una caricia de su aliento que apenas un minuto antes había conseguido erizarla la piel, ahora le resultaba irritante. Deseaba empujarlo y quitárselo de encima. Ella no podía saber lo difícil que le resultaba a su marido permanecer quieto, cuando su instinto y sus deseos estaban agonizando por la necesidad de moverse.

. No.- dijo tratando de evitar su mirada.- ¿Podríamos dejarlo ahora?

. Ni aunque mi vida dependiera de ello.- suspiró él.- Te acostumbrarás.- la susurró.

Sus caderas empezaron a moverse, y ella sintió la fricción en su interior, un escozor  molesto que se convertía en un dolor agudo cada vez que se movía. Apretó los dientes esperando la siguiente envestida, y el malestar que la acompañaba y rezó para que aquello terminase pronto.

Edmund se obligó a ir despacio a pesar del enorme deseo de bombear rápido y duro en aquel cuerpo que había resultado ser infinitamente mejor de lo que pensaba.

Para sorpresa de Rose, el escozor pasó y la sensación provocada por el lento movimiento, empezó a ser agradable, se relajó, y el volvió a su boca, imitando con su lengua el juego de sus caderas. De repente el movimiento se aceleró, el embestía rápido en una sucesión de estremecimientos que la hicieron vibrar en aquel ritmo. Él gritó, un sonido animal. Durante un segundo la aplastó con su peso, después se retiró. Ella se sintió incompleta, como si le hubiera robado algo que no sabía que tenía, le recordó en alguna medida lo que sintió cuando empezó a leer un libro, para descubrir que faltaban las últimas páginas.

Como aquella vez, se quedó sin saber que venía después.

. Espero que no te haya resultado terrible.- le dijo recuperando el tono distante.- Deberías lavarte antes de dormir.

Se levantó sin mirarla siquiera. Ella le vio recoger su bata y ponérsela sobre un cuerpo magnifico, como si saliera del baño y no de una experiencia absolutamente trascendental. Al menos lo había sido para ella. Ansiedad, placer, dolor y más placer, y algo difuso que la mantuvo reflexionando sobre un no sé qué, una definición que se escapaba de su vocabulario. A pesar, del no sé qué,  todo en su conjunto resultó una maravillosa experiencia para ella, que no parecía haber significado nada para él. Se sintió deprimida.

Estaba terriblemente laxa para levantarse, así que pereceó pensando en lo que había pasado. La forma en que su piel respondía a su contacto. Sabía que los hombres podían hacer aquello sin amor, ¿Acaso no lo acababa de hacer ella?. En alguna parte de su cabeza pensó que aquel no sé qué, que buscaba, era la falta de amor. Imaginó que con amor no quedaría ninguna sensación pendiente y las emociones acabarían en un círculo perfecto.

Su marido en su habitación, reflexionaba también sobre lo que acababa de suceder. Nunca había sentido su piel erizarse por un mero contacto, ni su deseo estallar en aquella bomba que le había dejado con las piernas flojas y el corazón palpitándole como los cascos de un caballo desbocado. Nunca se había perdido tanto en la pasión, ni había gozado tanto. Ni siquiera con Lady Ocam cuando se convirtieron en amantes, ni cuando ella le enseñó como darle placer.

Pensar en su amante le hizo sentirse culpable. El había disfrutado de su mujer, mientras ella apenas soportaba a su marido. Cuando Elizabeth le buscó, el se resistió a pesar de lo mucho que la amaba. Cuando ella le suplicó con lágrimas en los ojos, que necesitaba quitarse de su piel el asco que sentía por el tacto de su marido, no pudo resistirse. Empezaron una relación clandestina y discreta, que muy pocos conocían, sin embargo después de diez años de relación, eran pocos en Londres, los que desconocían dicha relación.

 De repente se sintió culpable por pensar en su amante cuando acababa de consumar el matrimonio con su esposa. Una mujer que se le había entregado sin reservas. Su vanidad masculina se inflamó al pensar en cómo la había seducido con sus caricias hasta desterrar el miedo.

De nuevo, le asaltó la culpa por  haber disfrutado con su esposa hasta olvidarse por completo de Elizabeth. Recordó la promesa que le hizo a su amada, de pensar en ella cuando tocara a su esposa, una promesa que no pudo cumplir desde el momento en que sus labios entraron en contacto con la piel de Rose.

Se sirvió una copa de brandy para tranquilizar su conciencia que aquella noche estaba especialmente activa. Odiaba sentirse vulnerable ante los sentimientos de los demás, pero así era él. Un hombre que trataba de hacer lo correcto y que cuando podía, intentaba evitar causar dolor a los demás. Y el dolor que imaginaba estar causando a ambas mujeres le estaba volviendo loco.

En aquel momento su memoria le trajo el momento en que le había comunicado a Elizabeth su decisión de casarse.

Tendida en el lecho y abrazados después de haberse amado de forma tranquila, se lo dijo.

. He decidido casarme.

. ¿Has conocido a alguien?- la pregunta la esperaba, pero no así el grito ni el empujón que casi lo sacó de la cama. Elizabeth nunca perdía los nervios, como él, por eso es que se entendían tan bien.

. Necesito un heredero.

. Supongo que aunque Ocam muriera mañana, no te casarías conmigo.- Nunca la había visto tan furiosa.

. Por supuesto que lo haría. Prefiero vivir contigo sin hijos, que sin ti.- Ambos sabían que estaba mintiendo. Ella llevaba casada once años y no se había quedado embarazada en ese tiempo, ni de su marido, ni de Edmund.-  Pero estando casada y gozando tu marido de una salud de hierro, debo estudiar el resto de las opciones.

. Eres joven. Puedes esperar.

. Ya está decidido.- su voz sonó lo suficientemente grave para hacerla comprender que nada podía hacerle cambiar de opinión.- Mi matrimonio no cambiará nada entre nosotros.

No pudo explicarle que su decisión estaba basada en su deber de tener hijos para el título, hubiera sido demasiado humillante para ella. Algo que era importante para él. La única mentira que recordaba haberle dicho nunca.

El era testarudo, cuando tomaba una decisión nadie conseguía que se retirase un centímetro de su trayectoria, ni los reclamos ni el llanto de Elizabeth lo consiguieron.  Se lo debía a su padre y al título.

Sentado mirando a través de la ventana, recordó la forma en que su padre le convenció de tomar la decisión que le había llevado a ese momento. No estaba arrepentido en absoluto, llevaba demasiado tiempo manejando los sentimientos de culpa y conseguía desprenderse de ellos con demasiada facilidad, pensando en otras cosas. Y esas otras cosas en aquel momento, fueron las palabras que su  padre le dijo para convencerle de que se casase,  ocho meses atrás.

. Aun cuando pudieras esperar para casarte con “esa mujer”.- era el término que siempre empleaba su padre para referirse a Lady Ocam.- Ella no te daría hijos. Su reputación ha sido dañada y ni su título de condesa, ni el que tu pudieras darle, restablecería su nombre.

. Nadie sabe que somos amantes, hemos sido discretos.

. Demasiada gente lo sabe para mi disgusto. Aprecio a Ocam, además goza de excelente salud y  acabarás por convencerte que no se va a morir sólo porque a ti te convenga. Podría darse el caso, de que cuando quieras reaccionar, seas demasiado viejo y sólo puedas conseguirte una esposa cuyos padres estén más interesados en tu título y tu dinero, y entonces te convertirías en lo mismo que has hecho de Ocam, un cornudo. ¿Acaso ese es el camino que esperas tomar?

. ¿Conoces a una mujer que pueda ser fiel a un hombre que no tiene intención de renunciar a su amante?.- Su tono fue desafiante.

. Así es.

Edmund supo que aquella conversación había sido una trampa que su padre había tejido con gran habilidad, hasta llevarle a tomar la decisión de casarse, una decisión de la que no podría volverse atrás.

Cuando su padre le habló de la señorita Redclive, y de todas las virtudes que le adornaban no le prestó demasiada atención. Sin embargo, antes de hacer la petición formal decidió hablar del asunto con Virgil Redclive, el hermano de la novia y su amigo.

. Amo a otra mujer.- le dijo a su amigo.-  Y no voy a renunciar a ella.

Esperó para evaluar la reacción de Virgil. Este no pareció tomárselo mal.

. Si la tratas con respeto, eres discreto respecto a esa otra mujer y la permites vivir en Corthouse para que pueda estar cerca de nosotros, no veo en que puede perjudicarla. Rose es la persona más racional que conozco. Ella entenderá que este matrimonio sólo pretende darle un heredero al título, no te dará problemas. Pero si la tratas mal, te mataré.

Lo cierto es que no pensaba tratar a Rose ni bien ni mal, hasta aquella noche. Pensó que podría tomarla sin involucrarse. Se equivocó.


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